Este episodio de CS se titula – Monjes.
Ya vimos a los ermitaños en el Episodio 18 y nos profundizamos en el comienzo del movimiento monástico que creció rápidamente en la Iglesia. Los ermitaños fueron aquellos que dejaron la ciudad para vivir una vida ultra-ascética de aislamiento; literalmente huyendo del mundo. Otros que anhelaban la vida ascética no podían soportar la falta de comunión y así que se retiraron del mundo para vivir en comunidades aisladas llamadas monasterios y conventos.
Los hombres eran llamados monjes y las mujeres; la forma femenina de la misma palabra – nonus, o monjas. En episodios recientes hemos visto que el estilo de vida ascético de ambos ermitaños y monjes fue considerado la expresión ideal de la devoción hacia Dios durante el 4º y 5º siglo. Vamos a pasar un poco más de tiempo mirando la vida del monasterio ahora porque resulta fundamental para el desarrollo de la fe durante la Edad Media, particularmente en Europa Occidental, pero también en el Oriente.
Repasemos del Episodio 18 las raíces del Monasticismo…
Tiempo libre para conversar sobre la filosofía con los amigos era un pasatiempo muy anhelado en el mundo antiguo. Estaba de moda que las figuras públicas expresaran un anhelo de ese ocio intelectual, o “otium” como lo llamaban; pero, por supuesto, estaban demasiado ocupados sirviendo a su prójimo. Se volvió la moda adoptar la actitud: “Estoy tan ocupado con mis deberes, que no tengo mucho tiempo para mi ‘YO’”.
Ocasionalmente, como lo describió el famoso orador Romano y Senador Ciceró, obtuvieron tal tiempo para la reflexión filosófica al retirarse a escribir sobre temas como el deber, la amistad y la vejez. Ese imponente intelecto y teólogo Agustín de Hipona tenía el mismo deseo desde joven, y cuando se convirtió en Cristiano en el año 386, dejó su puesto como profesor y orador para dedicar su vida a la contemplación y la escritura. Se retiró con un grupo de amigos, su hijo y su madre, a un hogar en el Lago Como, para discutir, y luego escribir sobre La Vida Feliz, Orden y otros temas de este tipo, en el los cuales tanto la filosofía clásica como el Cristianismo compartían un interés. Cuando regresó a su ciudad natal de Tagaste, en el norte de África, estableció una comunidad en la que él y sus amigos podían llevar una vida monástica, aparte del mundo, estudiando las Escrituras y orando. El contemporáneo de Agustín, Jerónimo; traductor de la Vulgata Latina, sintió el mismo llamado. También él hizo un intento de vivir separado del mundo.
La versión Cristiana de este anhelo de una vida de retiro filosófico tenía una diferencia importante con respecto a la versión pagana. Mientras que la lectura y la meditación se mantuvieron como centrales, se añadió el llamado a hacerlo junto con otros que igualmente se habían separado del mundo.
Para los monjes y monjas que buscaban esa vida comunitaria, lo crucial era que el llamado a esta forma de vida les permitiera “separarse” y pasar tiempo con Dios en oración y adoración.
La oración fue el opus dei, la ‘obra de Dios’.
Como fue concebido originalmente, convertirse en monje o monja fue un intento de obedecer plenamente el mandamiento de amar a Dios con todo lo que uno es y todo lo que tiene. En la Edad Media, también se entendía como un cumplimiento de la orden de amar al prójimo, ya que se suponía que los monjes y las monjas principalmente oraban por el mundo. Ellos realmente creían que estaban realizando una importante tarea en nombre de las almas perdidas. Así que entre los miembros de un monasterio, estaban los que oraban, los que gobernaban y los que trabajaban. Los más importantes para la sociedad eran los que oraban. Idealmente, mientras que los monjes y monjas podrían tener diferentes deberes basados en su estación y asignación, todos ellos se dedicaban tanto al trabajo como a la oración.
Pero se desarrolló una diferencia entre los movimientos monásticos de Oriente y Occidente.
En el Este, los Padres del Desierto establecen el patrón. Eran ermitaños que adoptaron formas extremas del ascetismo, y llegaron a ser considerados como potencias de influencia espiritual; autoridades que podrían ayudar a la gente común con sus problemas. Los Estilitas, por ejemplo, vivían en una plataforma colocada en la cima de una columna; y eran un objeto de reverencia a aquellos que venían a pedir su consejo espiritual. Otros, encerrados lejos del mundo en cuevas o chozas, se negaban a sí mismos el contacto con las tentaciones del mundo, especialmente las mujeres. Había en todo esto una preocupación obvia por los peligros de la carne, que era en parte del legado de la convicción de los dualistas griegos de que la materia o nuestra carne era inherentemente malvada.
Quiero hacer una pausa aquí y hacer una observación personal y pastoral. ¡Así que advertencia! – Lo que sigue es una opinión mía…
No se puede leer el Nuevo Testamento sin ver un claro llamado a la santidad. Pero esa santidad es una obra de la gracia de Dios cuando el Espíritu Santo empodera al creyente para vivir una vida agradable a Dios. La santidad del Nuevo Testamento es un privilegio gozoso, no una pesada carga y deber. Mejora la vida, nunca la disminuye.
Esto es lo que Jesús modeló tan bien, y por qué los buscadores genuinos de Dios se sintieron atraídos hacia él. ¡Era atractivo! No sólo hacía santidad, EL ERA santo. Sin embargo, nadie tenía más vida. ¡Adonde el iba, las cosas muertas venian a la vida!
Como seguidores de Jesús, se supone que debemos ser santos de la misma manera. Pero si somos honestos, para muchos, la santidad se concibe como una carga seca, aburrida, que nos mata la vida por la perfección moral.
La santidad real no es el mantener reglas religiosas. No es una lista de proscripciones morales; una larga lista de “No’s o te golpearé con la ira divina y arrojaré tu miserable alma en las llamas eternas.”
La santidad del Nuevo Testamento es una marca de la Vida Real, por la cual Jesús resucitó para darnos. Es Jesús viviendo en y a través de nosotros. La vida santa es una vida que FLORECE.
Los Padres del Desierto, ermitaños, y los que siguieron su ejemplo estaban fuertemente influenciados por la visión dualista del mundo griego de que toda Materia era mala y sólo el Espíritu era bueno. La santidad significaba un intento de evitar cualquier pedazo de placer físico mientras que se enfocaban en la vida de la mente. Este pensar fue la fuerza principal que influyó al movimiento monástico mientras se movía tanto en el Este como el Oeste. Pero en el Este, los monjes eran ermitaños que seguían su estilo de vida en aislamiento, mientras que en el Oeste, se enfocaban a seguían junto con una vida comunitaria.
A medida que avanzamos veremos que algunos líderes monásticos se dieron cuenta que el enfocar a la santidad como una negación negativa de la carne en lugar de abrazar positivamente el amor y la verdad de Cristo fue un error y lo trataron de reformar.
De hecho, una de las principales enseñanzas de Jesús adoptada por los monjes y aplicada literalmente fue Mateo 19:21, “Vende lo que tienes, y dalo a los pobres.” Jesús y los Doce Apóstoles fueron vistos como los monjes ideales.
La Iglesia primitiva también se enfrentó al desafío de varios grupos aberrantes que defendieron un ascetismo riguroso y lo utilizaron como una insignia de superioridad moral. Así que algunos cristianos pensaban que una manera de refutar su error era mostrándolos quien era mejor cuando se trataba de una devoción austera.
Incluso aquellos creyentes que rechazaron el error del dualismo, justificaban el ascetismo diciendo que renunciaron a lo que era simplemente bueno a favor de lo que era mejor; una manera espiritual más alta de vivir.
Entendiéndolo de esta manera, el Monasticismo comenzó como un movimiento de protesta en la Iglesia primitiva. Pero líderes de la Iglesia como Atanasio, Basilio de Cesárea e incluso Agustín se apoderaron de y domesticaron el impulso monástico, estandarizándolo y llevándolo al mundo de la Iglesia.
En el Este, mientras que los monjes podrían vivir en un grupo, no buscaron comunidad. No conversaron y trabajaron juntos en una causa común. Simplemente compartían celdas una al lado de la otra. Cada uno siguió su propio horario. Su único contacto fue que comían y oraban juntos. Esta tradición continúa hasta el día de hoy en el Monte Athos en el norte de Grecia, donde los monjes viven en soledad y oración en celdas altas en los acantilados. Los alimentos se les baja a ellos en cestas.
Las comunidades monásticas y aquellos que buscan ser monjes o monjas explotaron en su popularidad en el 4º siglo. Esta popularidad nació de una protesta por parte de muchos por la creciente secularización que presenciaron en la iglesia institucional. La persecución que todo el mundo estaba tan listo para que terminara, ahora era vista por muchos casi nostálgicamente. Claro, la Iglesia fue golpeada y perseguida, pero al menos el seguir a Jesús significaba algo y la seriedad con la cual la gente buscaba las cosas espirituales era palpable. Ahora parecía que cada tercera persona se llamaba a sí misma cristiana sin mucha preocupación de ser como Jesús. La vida monástica era una manera de recuperar lo que se había perdido en los días de gloria de la Iglesia, perseguida pero pura.
Una de las primeras reglas para las comunidades monásticas fue desarrollada por alguien con quien ya estamos familiarizados, Basilio el Grande, líder de los Padres Capadocios que trabajaron en la comprensión ortodoxa del Credo de Nicea. Basilio nació en una de las familias más notables de la historia Cristiana. Su abuela, su padre, su madre, su hermana y sus dos hermanos menores eran venerados como santos. ¡Wow! – ¡imagínate ser la oveja negra de esa familia! Todo lo que tenías que hacer para llevar esa reputación, seria algo como no hacer tu cama un día.
Además de tomar la iniciativa con su hermano Gregorio de Nisa y su amigo Gregorio de Nacianceno en redactar la terminología exacta que se utilizaría para definir la posición ortodoxa sobre la Trinidad, Basilio fue un temprano defensor y organizador de la vida monástica. Siguiendo la indicación de su hermana Macrina, que había fundado un monasterio en algunas de las propiedades de la familia en Ponto, Basilio visitó los ascetas de Siria, Palestina y Egipto, y luego fundó su propio monasterio, también en Ponto alrededor del año 358. Para los monjes de allí elaboró una regla para sus vidas llamada Asceticon; a veces se conoce como las Reglas Largas y Cortas. Consistía en 55 regulaciones principales y 313 reglas menores. Mientras que cada monasterio durante este tiempo seguía su propia orden, muchas cada vez más comenzaron a adoptar el modelo de Basilio.
La primera Regla en presentar un rival a la de Basilio fue la Regla de Agustín.
En nuestros últimos episodios de Agustín, vimos que cuando regresó a Tagaste, él y sus amigos formaron una comunidad comprometida a servir a Dios. Como el obispo de la iglesia de Hipona, Agustín fundó un monasterio, convirtiendo la casa y propiedad del obispo en una comunidad monástica específicamente para sacerdotes. Se convirtió en un vivero espiritual que produjo muchos obispos Africanos.
Estos monjes-sacerdotes fueron un reflejo corporativo del ideal de Agustín para toda la Iglesia: un testimonio del futuro reino de Dios. La Regla asociada con Agustín, y las órdenes monásticas de monjes y monjas que llevan su nombre, enfatizan “Vivir en libertad bajo la gracia”. Buscaban que su monasterio fuera un microcosmos de la Ciudad de Dios, anhelando la unión mística con El, pero firmemente arraigados en el amor y el servicio a los demás, tanto dentro de la comunidad como en el mundo.
No hay mención de la Regla de Agustín, en su propia obra literaria llamada Retracciones o Catálogo de Possidius, pero hay evidencia de una Regla monástica atribuida a Agustín un siglo después de su muerte. Benedicto de Nursia, a quien veremos también, sabía y fue influenciado por ella, al igual que varios otros fundadores de órdenes religiosas. Hoy en día existen comunidades monásticas que todavía ven sus raíces en la Regla Agustina como el núcleo de la vida de su orden.
Un desarrollo crucial en el monaquismo Occidental tuvo lugar en el 6º siglo, cuando Benedicto de Nursia se retiró con un grupo de amigos para tratar de vivir la vida ascética. Esto le llevó a pensar seriamente en la forma en que se debe organizar la “vida religiosa”. Benedicto organizó grupos de 12 monjes para vivir juntos en pequeñas comunidades. Luego se trasladó a Monte Casino donde, en el año 529, estableció el monasterio que se convertiría en la sede de la Orden Benedictina. La regla de vida que elaboró allí fue una síntesis de elementos en las reglas existentes para la vida monástica. A partir de este momento, la Regla de San Benito se estableció como el estandarte para vivir la vida religiosa hasta el siglo XII.
La Regla de San Benito logró un equilibrio entre el cuerpo y alma. Su objetivo era moderar y ordenar. Decía que aquellos que se separaban del mundo para vivir vidas dedicadas a Dios no se deberían someter al ascetismo extremo. Debían vivir en la pobreza y la castidad, y en obediencia a su abad, pero no debían sentir la necesidad de brutalizar su carne con cosas como azotes y camisas de pelo. Debían comer moderadamente, pero no morirse de hambre. Debían equilibrar su tiempo de una manera regular y ordenada entre el trabajo manual, la lectura y la oración, – como su verdadera obra para Dios. Había que 7 actos regulares de adoración en el día, conocidos como “horas“, atendido por toda la comunidad. En la visión de Benedicto, el yugo monástico debía ser dulce; la carga ligera. El monasterio era una “escuela” para el servicio del Señor, en el cual el alma bautizada progresaba en la vida Cristiana.
Una característica común de la vida monástica en el Occidente era que estaba en gran parte reservado para las clases altas. Los siervos no tenían la libertad de convertirse en monjes. Las casas de monjes y monjas eran receptoras de un patrocinio noble y real, porque un noble asumía que al apoyar un esfuerzo tan santo, estaba ganando puntos con Dios. Recuerden también que mientras que el primogénito estaban puestos para heredar todo, los otros hijos eran una posible causa de disturbios si decían pelear el derecho de nacimiento del hermano mayor. Así que estos hijos “extras” de noble nacimiento eran a menudo dados a las comunidades monásticas por sus familias. Se les encargaba llevar el deber religioso de toda la familia. Eran un sustituto espiritual cuya tarea era producir un excedente de piedad de que el resto de la familia se podía aprovechar. Las familias ricas y poderosas dieron tierras a los monasterios, por el bien de las almas de sus miembros. Los gobernantes y los soldados estaban demasiado ocupados para atender sus vidas espirituales como debían, por lo que los “profesionales” fueron sacados de su familia para ayudar haciéndolo en su nombre.
Una consecuencia de esto fue que, en la Edad Media posterior, el abad o abadesa era generalmente un hombre o una mujer noble. A menudo era elegida por ser la más alta en estatus por su nacimiento en el monasterio o convento, y no por ningún poder natural de liderazgo o espiritualidad sobresaliente. La cruel caricatura de Chaucer de una priora del siglo XIV representado por a una mujer que hubiera estado mucho más en casa en una casa de campo jugando con sus perros.
Este noble patrocinio de las comunidades monásticas fue a la vez una fuente de su éxito económico y de su eventual decadencia moral y espiritual. Las casas monásticas se hicieron ricas y se llenaron de aquellos que no habían elegido entrar en la vida religiosa, pero habían sido puestos allí por los padres, y por lo general se volvieron decadentes. Las Reformas Cluniacas del siglo X fueron una consecuencia del reconocimiento de que se tenía que reformar las cosas para que la Orden Benedictina no se perdiera por completo. En la comunidad de Cluny y las casas que la imitaban, los estándares eran altos, aunque aquí, también, había un peligro de distorsión de la visión Benedictina original. Las Casas Cluniacas tenían reglas adicionales y un grado de rigidez que comprometía la simplicidad original del plan Benedictino.
A finales del siglo XI, varios desarrollos alteraron radicalmente el rango de elección para aquellos en el Occidente que querían entrar en un monasterio. El primero fue un cambio de moda, que animó a las parejas casadas de años maduros de decidir poner fin a sus días en la vida monástica. Un caballero que había peleado en las guerras podía llegar a un acuerdo con su esposa de que irían a casas religiosas separadas.
Pero esos adultos maduros no fueron los únicos que entraron en los monasterios. Se puso de moda que los más jóvenes se fueran a un monasterio donde la educación era de primer nivel. Entonces los monasterios comenzaron a especializarse en diversas actividades. Fue una época de experimentación.
De este período de experimentos salió un nuevo orden inmensamente importante, los Cistercienses. Usaban la regla Benedictina, pero tenían un enfoque diferente de prioridades. La primera fue la determinación de protegerse de los peligros que podían venir de hacerse demasiado ricos.
Podrías preguntar, “Espera un momento Lance, ¿cómo podían hacerse ricos las personas que han hecho un voto de pobreza?”
Ahí está el roce. Sí, monjes y monjas juraron pobreza. Pero su estilo de vida incluía diligencia en el trabajo. Y algunas mentes brillantes se habían unido a los monasterios, por lo que habían ideado algunos métodos ingeniosos para hacer su trabajo de una manera más productiva, mejorando los rendimientos para los cultivos y la invención de nuevos productos. Siendo hábiles hombres de negocios, trabajaban buenas ofertas y maximizaron las ganancias, y todo esto fue a la cuenta del monasterio. Pero los monjes individuales no se beneficiaron de ello. Los fondos se utilizaron para ampliar los recursos y las instalaciones del monasterio. Esto condujo a ganancias aún mayores. Que luego se utilizo para arreglar el monasterio aún más. Las celdas se pusieron más bonitas, la comida mejor, los jardines más suntuosos, la biblioteca más expansiva. Los monjes tuvieron nuevos hábitos. Exteriormente, las cosas eran las mismas, no poseían nada personalmente, pero, de hecho, su mundo monástico se mejoró significativamente.
Los Cistercienses respondieron a esto construyendo casas en lugares remotos y manteniéndolas como alojamientos sencillos y básicos. También hicieron un lugar para personas de clases bajas que tenían vocaciones, pero querían entregarse más completamente a Dios. A estos se les llamaba “hermanos laicos“.
El sorprendente éxito temprano de los Cistercienses se debió a Bernardo de Claraval. Cuando decidió entrar en un monasterio Cisterciense recién fundado, se llevó consigo a un grupo de sus amigos y parientes. Debido a su habilidad oratoria y elogios para el modelo Cisterciense, el recluto a muchos tan rápidamente que muchas más casas tuvieron que ser fundadas en rápida sucesión. Fue nombrado abad de una de ellos en Claraval, de la cual sale su nombre. Se convirtió en una figura destacada en el mundo monástico y en la política europea. Habló tan conmovedoramente que fue útil como emisario diplomático, así como predicador.
Escucharemos más sobre él en un episodio posterior.
Otros experimentos monásticos no tuvieron tanto éxito. El querer probar nuevas formas de vida dio una plataforma para algunos esfuerzos medio raros y excéntricos. Siempre hay quienes piensan que su idea es LA forma en que debería ser. Ya sea porque carecen de sentido común o no tienen habilidad para reclutar a otros, se desmoronan. Tantos empujaron los límites de la vida monástica que un escritor pensó que sería útil revisar los modos disponibles en el siglo XII. Su obra cubrió todas las posibilidades de la vida monástica y sacerdotal.
El siglo XII vio la creación de nuevas órdenes monásticas. En París, los Victorinos produjeron figuras académicas y profesores destacados. Los Premonstratenses eran un grupo de monjes Occidentales que asumieron la monumental tarea de sanar la grieta entre la iglesia Oriental y Occidental. El problema era que no había un grupo monástico correspondiente EN el Este.
Pero me estoy adelantando mientras tratamos de mantener una línea de tiempo narrativa más cercana.
En episodios futuros volveremos a visitar a los monjes y monasterios de la Iglesia Oriental y Occidental porque muy a menudo era de sus comunidades que los impulsores de la historia de la iglesia fueron tomados.